sábado, 3 de abril de 2010

Mosaicos

Siempre me quedará tu ausencia,
esculpida con la fuerza de un rayo
en mi memoria,
esperando un trueno, una respuesta.
Ausencia prolongada.
Meditada.
Doliente.
Tiñes con la sangre de mi aorta lúcidas palabras de despedida.
Aún te siento latir en el hueco de mi sombra. Pero
no es más que un eco,
el titilar de una estrella lejana lo que oigo.
Pasos que se marchitan.
Campo abonado de literatura, te
hundes bajo mi huella como la oscuridad
que rodea a mi almohada.
Te aro con la cadena que atas a mi libertad.
Campo yermo de tarde.
Eres cruel calmada aceptación del fin.
Cadáver de esperanza,
te miro con la tristeza de una madre.
Ilusión moribunda que mendiga un poco de cariño.
¡Huye, felicidad, presa del pánico, no mires mis sueños!
Aquellos a cuyo fin miro como a un abismo
de verdades afiladas.
Una mano me empuja a él y caigo con resignación.
Una mano loca de razón.
Verdades bañadas en mi ser carmín son
el último lecho desde el que contemplo el cielo.
Lo observo profundamente.
Puerta del techo.
El azul del último suspiro que intento comprender.
Absurdo sueño.
Felicidad de muerte.

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