sábado, 20 de noviembre de 2010

Juego entre borrachos

La casa comía Olga.

A hacía como una putilla del ghetto enorme porque sentía necesidad de comerse apasionadamente una nuez dentro de un coche viejo, muy despacio, saboreándola, a través del espacio temporal mágico impúdico del coño viejo, siempre.
N conducía velozmente por el cielo lleno de p, muy lleno, repleto, (no cabía ni Mario Vaquerizo de perfil), porque su amigo seguía ansioso cuando el coche arrancaba suspiros alternativos, evohé!
Entonces encendía una hoguera utilizando compresas vampíricas llenas de hormigas culonas de V que picaban mucho mucho cuando las salpicabas.
Mientras calentaban las babas vaginales y conyugales apáticas del Papa, refrescaban con leche de amapola y ladrillos rosas y coles fritas, rebozadas sutilmente con pelos de zorra caliente y esponjosa de S. Dragó.
A seguía pensando en montar ferozmente a Los Lunnis en tanga (de leopardo), ¡rico!, arrancarlos de un arañazo con la punta de un clavo enorme de acero vizcaíno auténtico.
Al final, su primo chotacabras fue zampado después de proclamarse Rey de España.

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